Pues nada, que resulta que los chicos de vivo en fraguel rock, pusieron un concurso para sortear un PDF de la mirada del centinela.
Desgraciadamente me tocó perder, jejeje. Aquí os dejo el enlace con el sorteo (en el que sólo concursamos dos, por cierto).
De todas maneras, estos chicos se han portado y me han dado un código para descargar algo relacionado con la mirada del centinela.
No hacía falta, pero es un detallazo.
A continuación, el texto que mandé al concurso:
Un héroe menudo
Allí estaba ella, siendo acosada por aquellos tres imbéciles: Manolo Machuca (el Mangolo), José Antonio Cebador (el Cebador) y Jesús Cifuentes (el Mula). Tres gilipollas que disfrutaban arrancándole las alas a una libélula y aplastando su cabeza en un folio para ver los dibujos que formaban.Me dirigí a ellos en términos que pudieran comprender: "el pegarle a una niña es de mariconas".
El Mangolo dejó de empujar a Amparito y me miró como no entendiendo lo que estaba diciendo, o igual no me había oído.
Los otros dos sí que me habían oído y venían corriendo con ganas de zurrarme. Yo comencé a correr delante de ellos y cuando parecían que me iban a agarrar, solté todas las canicas que llevaba en mi bolsillo. El Cebador se resbaló y cayó a cuatro patas. El Mula no tuvo tanta suerte y al caerse dio con la cabeza en el asfalto abriéndose una bonita brecha que llevaría toda su vida.
Tras "neutralizar" a aquellos dos creía que estaba a salvo, pero al volver a mirar hacia atrás, vislumbré al Mangolo corriendo como un poseso hacia mí.
Pies, para qué os quiero, y me dirigí a la barriada de las Ganchozas. El Mangolo era mucho más rápido que yo y me comía terreno a ojos vista.
Casi me tenía a mano cuando entré en la panadería de su madre. Entramos en el local casi juntos.
- Manolo, hijo te he dicho que no corras tanto que te va a dar una alferecía. ¿Quién es tu nuevo amigo?
El Mangolo me miraba con cara de muy pocos amigos. Aún así logró mascullar: "Se llama Justo".
- Menos mal que tienes otros amigos que Jesús y Antonio. ¿Quieres un donut, Justo?
- No, muchas gracias señora, pero ya he merendado -mentí, no quería estar más que el tiempo necesario para escaparme-. Sólo he venido echando una carrera con mi amigo Manolo, pero ya debo irme.
- Como quieras.
- Me tengo que ir, que mi madre me estará esperando.
Aquel día me escapé de rositas. Pero hubo otros en los que la liga de la injusticia fue superior a mí.