lunes, 14 de enero de 2008

Modelos de control social III. El experimento de la cárcel de la universidad de Stanford

¿Qué sucede cuando se pone a personas buenas en un sitio malo? ¿La humanidad gana al mal, o el mal triunfa? Éstas son algunas de las preguntas que se plantearon en esta dramática simulación de la vida en la cárcel, realizada durante el verano de 1971 en la Universidad de Stanford.

Un tranquilo domingo por la mañana...

Un tranquilo domingo de agosto por la mañana, en Palo Alto, California, un coche de la policía realizó una incursión por la ciudad y detuvo a estudiantes universitarios como parte de una redada por la violación de los artículos del código penal 211, atraco a mano armada, y 459, robo. Se detuvo a los sospechosos en su casa, se les leyeron los cargos de los que se les acusaba, se les advirtió de sus derechos legales, se les puso contra el coche de policía con las piernas abiertas, y se les registró y esposó, a menudo ante la mirada de curiosidad y sorpresa de los vecinos.

Metieron a los sospechosos en la parte posterior del vehículo policial y los llevaron a comisaría con las sirenas a todo volumen.

Los coches llegaron a la comisaría, se hizo entrar a los sospechosos, fueron fichados formalmente y de nuevo se les comunicaron sus derechos; después se les tomaron las huellas dactilares y se les hizo una identificación completa. Se encerró a los sospechosos en una celda provisional donde se les dejó con los ojos vendados para que meditasen sobre su suerte y se preguntaran qué habían hecho para meterse en semejante lío.

Voluntarios
Los sospechosos habían contestado a un anuncio del periódico local que pedía voluntarios para un estudio de los efectos psicológicos de la vida en la cárcel. Querían ver cuáles eran los efectos psicológicos de convertirse en un preso o carcelero. Para ello se construyó una cárcel para observar los efectos de esta institución sobre el comportamiento de todo aquel que estuviera entre sus paredes. Más de setenta solicitantes respondieron al anuncio. Se hicieron entrevistas de diagnóstico y pruebas de personalidad para eliminar candidatos con problemas psicológicos, discapacidades médicas o un historial delictivo o de abuso de drogas. Finalmente, quedaron veinticuatro estudiantes universitarios de Estados Unidos y Canadá que se encontraban en el área de Stanford y querían ganar quince dólares diarios participando en un estudio.

El estudio de la vida en la cárcel empezó, pues, con un grupo medio de hombres saludables, inteligentes y de clase media. Se dividió a estos chicos en dos grupos, arbitrariamente, lanzando una moneda al aire. Se asignó aleatoriamente a la mitad de ellos el papel de guardas, y a la otra mitad, el de reclusos. Es importante recordar que al principio de nuestro experimento no había diferencias entre los chicos asignados como reclusos y los chicos asignados como guardas.

Estado de shock leve.


Con los ojos vendados y en un estado de choque leve provocado por la detención sorpresa por parte de la policía local, se introdujo a nuestros presos en un coche y se les condujo a la "prisión del condado de Stanford" para continuar el proceso. Los presos fueron llevados uno por uno a nuestra cárcel, donde los recibió el alcaide, que les comunicó la seriedad de su falta y su nueva condición de reclusos.


Humillación

Se registró y se desnudó a cada recluso sistemáticamente. Después se les espulgó con un spray para transmitirles nuestra convicción de que podían tener gérmenes o piojos.

Este procedimiento de degradación estaba pensado, en parte, para humillar a los prisioneros y en parte para asegurarnos de que no se introdujesen gérmenes que contaminaran nuestra cárcel. Fue un proceso similar a las escenas captadas por Danny Lyons en estas fotografías de la cárcel de Texas.
Todos los reclusos recibieron un uniforme cuyo componente principal era un vestido, o saco, que llevaban siempre sin ropa interior. Delante y detrás del saco constaba su número de identificación personal. Cada recluso arrastraba el peso de una cadena atada al tobillo derecho, que debían llevar a todas horas. Como calzado llevaban sandalias de goma, y todos tenían que cubrirse la cabeza con un gorro hecho de una media de nailon femenina.

Debe quedar claro que se intentaba crear una simulación funcional de una cárcel, no una cárcel en sentido literal. Los reclusos masculinos reales no llevan vestidos, pero sí se sienten humillados y afeminados. El objetivo era producir efectos similares de una forma rápida, haciéndoles llevar un vestido sin ropa interior. De hecho, tan pronto como algunos de los reclusos vistieron este uniforme empezaron a caminar, sentarse y comportarse de manera diferente, más como una mujer que como un hombre.

La cadena del pie, que tampoco es habitual en la mayoría de las cárceles, se usó para recordar a los reclusos la opresión de su entorno. Incluso cuando dormían, no podían escapar de la atmósfera de opresión. Cuando un recluso se movía, la cadena golpeaba el otro pie y lo despertaba, recordándole que aún estaba en la cárcel y que, incluso en sus sueños, era incapaz de escapar.

Los números de identificación se utilizaron para que los reclusos se sintiesen anónimos. Sólo se les podía llamar por su número de identificación y sólo podían referirse a sí mismos y a los demás reclusos por el número.

El gorro hecho de media que llevaban sustituía el afeitado de la cabeza. El proceso de afeitar la cabeza, que se da en la mayoría de las cárceles e instituciones militares, está pensado en parte para minimizar la personalidad del individuo, ya que algunas personas expresan su individualidad mediante el peinado o la longitud del cabello. También es una manera de conseguir que la gente empiece a cumplir con las normas arbitrarias y coercitivas de la institución.

Los guardas

Los guardas no recibieron ninguna formación específica sobre cómo ser guardas. Eran libres, dentro de unos límites, para hacer lo que considerasen necesario para mantener la ley y el orden en el interior de la cárcel y obligar a los reclusos a que mostrasen respeto. Los guardas crearon su propio código de normas, que después hicieron cumplir bajo la supervisión del alcaide David Jaffe, un estudiante de la Universidad de Stanford. No obstante, se les advirtió de la seriedad potencial de su misión y de los peligros que corrían en la situación en que estaban a punto de entrar, como pasa con los guardas auténticos que voluntariamente deciden realizar un trabajo tan peligroso.

Como si fuesen presos reales, nuestros reclusos esperaban alguna vejación, la violación de su intimidad y de algunos de sus derechos civiles mientras estuviesen en la cárcel, así como una dieta mínimamente adecuada, todo ello constaba en el contrato que firmaron, con conocimiento de causa, al ofrecerse voluntarios.


Éste era el aspecto de uno de los guardas.
Todos los guardas llevaban uniformes caqui idénticos, un silbato colgado del cuello y una porra prestada por la policía. Los guardas llevaban también unas gafas de sol especiales, una idea que se tomó prestada de la película La leyenda del indomable (Cool Hand Luke). Las gafas de espejo evitaban que alguien viese sus ojos o descubriese sus emociones y, por tanto, acrecentaba aún más su anonimato. Y es que, evidentemente, no sólo se estudiaba a los reclusos, sino también a los guardas, que asumieron un nuevo papel cargado de poder.

Se empezó con nueve guardas y nueve reclusos en la cárcel. Tres guardas trabajaban en cada uno de los tres turnos de ocho horas, mientras que tres reclusos ocupaban cada una de las tres celdas desnudas, permanentemente. Los guardas y los reclusos restantes de la muestra de veinticuatro estaban disponibles en caso de que fuese necesario. Las celdas eran tan pequeñas que sólo había espacio para tres catres, donde dormían o se sentaban los reclusos, y para poca cosa más.

Imposición de la autoridad


A las 2.30 de la madrugada, se despertó bruscamente a los reclusos con toques de silbato para el primero de los numerosos "recuentos". Los recuentos servían para familiarizar a los reclusos con sus números (los recuentos se repetían varias veces en cada turno y a menudo por la noche). Pero lo más importante es que estas actividades proporcionaban a los guardas una forma regular de ejercer el control sobre los reclusos. Al principio, los reclusos no estaban totalmente metidos en su papel y no se tomaban los recuentos con mucha seriedad. Todavía intentaban afirmar su independencia. También los guardas tanteaban sus nuevos papeles y aún no estaban seguros de cómo ejercer su autoridad sobre los reclusos. Esto fue el inicio de una serie de enfrentamientos directos entre los guardas y los reclusos.

Las flexiones eran una forma habitual de correctivo físico impuesto por los guardas para castigar las infracciones de las normas o las muestras de actitudes inadecuadas hacia los guardas o la institución. Cuando los guardas hacían hacer flexiones a los reclusos, inicialmente se pensó que era un tipo de castigo inapropiado para una cárcel (una forma de castigo suave y un poco juvenil). Sin embargo, más tarde se descubrió que las flexiones se usaban a menudo como forma de castigo en los campos de concentración nazi, como puede verse en este dibujo hecho por un antiguo prisionero de un campo de concentración, Alfred Kantor.
Hay que señalar que uno de los guardas incluso se subía de pie sobre la espalda de los reclusos mientras hacían las flexiones u obligaba a otros reclusos a sentarse o subirse de pie sobre la espalda de sus compañeros.

Afirmación de la independencia

Debido a que el primer día transcurrió sin incidentes, la rebelión que estalló durante la mañana del segundo día sorprendió y pilló totalmente desprevenidos a losexperimentadores. Los reclusos se quitaron los gorros de media, se arrancaron los números e hicieron barricadas dentro de las celdas poniendo las camas contra la puerta. El problema era, ¿qué se hacía con esta rebelión? Los guardas estaban muy enfadados y frustrados porque los reclusos, además, empezaron a burlarse de ellos y a maldecirlos. Cuando llegaron los guardas del turno de mañana, se enfadaron con los del turno de noche porque pensaban que éstos habían sido demasiado indulgentes. Los guardas tuvieron que manejar la rebelión ellos solos, y lo que hicieron dejó fascinados a los investigadores.

Al principio insistieron en que necesitaban refuerzos. Llegaron los tres guardas que esperaban en casa preparados y el turno nocturno de guardas permaneció de servicio voluntariamente para reforzar el turno de la mañana. Los guardas se reunieron y decidieron responder a la violencia con la violencia.

Tomaron un extintor que disparaba un chorro de dióxido de carbono que helaba hasta los huesos, y obligaron a los reclusos a alejarse de las puertas. Los extintores estaban allí para cumplir con los requisitos del Consejo de Investigación de Humanidades de Stanford, que se había preocupado por el potencial peligro de incendio.

Los guardas forzaron la entrada de las celdas, desnudaron a los reclusos, les quitaron las camas, aislaron a los cabecillas de la rebelión y, en general, empezaron a humillar e intimidar a los reclusos.

Privilegios especiales

La rebelión había sido temporalmente sofocada, pero entonces los guardas se enfrentaron a un nuevo problema. Lo más probable era que nueve guardas con porras pudiesen aplacar una rebelión de nueve reclusos, pero no podía haber nueve guardas de servicio a todas horas. Era obvio que el presupuesto de la cárcel no podía mantener una proporción de personal por reclusos como ésa. Por lo tanto, ¿qué harían? Uno de los guardas encontró una solución:

- Usemos las tácticas psicológicas en lugar de las físicas.

Las tácticas psicológicas consistían en establecer una celda de privilegio.

Una de las tres celdas se convirtió en "celda de privilegio". Los tres reclusos menos involucrados en la rebelión recibieron privilegios especiales. Les devolvieron los uniformes y las camas y se les permitió lavarse y cepillarse los dientes. A los otros no. A los reclusos privilegiados se les sirvió, además, una comida especial ante la presencia de los otros reclusos que habían perdido, temporalmente, el privilegio de comer. El resultado fue que se rompió la solidaridad entre los reclusos.

Después de medio día bajo este nuevo tratamiento, los guardas tomaron a algunos de los reclusos "buenos" y los pusieron en las celdas "malas", y a algunos de los reclusos "malos" los pusieron en la celda "buena", desconcertando completamente a todos los reclusos. Algunos de los que habían sido cabecillas pensaron que los reclusos de la celda privilegiada debían de ser confidentes y, de repente, empezaron a desconfiar los unos de los otros. Los consultores ex presidiarios informaron después de que guardas auténticos utilizaban una táctica similar en cárceles reales para romper alianzas entre reclusos. Por ejemplo, el racismo se usa para enfrentar entre sí a negros, chicanos y blancos. De hecho, en una cárcel real, la mayor amenaza para la vida de cualquier recluso proviene de los otros reclusos. Con este "divide y vencerás" los guardas fomentan la agresión entre los internos y, por tanto, la desvían de si mismos..

La rebelión de los reclusos también tuvo un papel importante en el aumento de solidaridad entre los guardas. De repente, ya no era sólo un experimento, ni una simple simulación. Al contrario, los guardas vieron a los reclusos como alborotadores que iban a por ellos y que les podían hacer daño. En respuesta a este peligro, los guardas empezaron a aumentar su control, vigilancia y agresión.


Todos los aspectos del comportamiento de los reclusos quedaron bajo el control total y arbitrario de los guardas. Incluso ir a los servicios se convirtió en un privilegio que un guarda podía otorgar o negar a su antojo. Después del cierre y apagado de luces diario a las diez de la noche, a menudo se obligaba a los reclusos a orinar o defecar en un cubo que habían dejado en su celda. A veces los guardas no permitían a los reclusos vaciar los cubos, y pronto la cárcel empezó a apestar a orines y excrementos, aumentando así el ambiente degradante del entorno.

Los guardas fueron especialmente duros con el cabecilla de la rebelión, el recluso #5401, un fumador empedernido al que controlaron regulando cuando podía o no fumar. Después supimos, mientras se censuraba el correo de los reclusos, que era un supuesto activista radical. Se había presentado voluntario para "desenmascarar" el estudio que, por error, pensaba que era una herramienta del sistema para encontrar formas de controlar a los estudiantes radicales. De hecho, ¡había planeado vender la historia a un periódico clandestino cuando acabase el experimento! A pesar de ello, incluso él entró tan completamente en su papel de recluso que estaba orgulloso de haber sido elegido líder del Comité de quejas de la cárcel del condado de Stanford, tal como revelaba en una carta a su novia.

El primer recluso liberado

Cuando aún no hacía treinta y seis horas que duraba el experimento, el recluso #8612 empezó a sufrir un trastorno emocional agudo, razonamiento ilógico, llanto incontrolable y ataques de ira. Pese a todo, como ya se había llegado a pensar casi como autoridades penitenciarias, los investigadores creían que intentaba engañarlos para que lo liberasen.

Cuando el consultor presidiario principal entrevistó al recluso #8612, lo reprendió por ser tan débil y le explicó qué tipo de abusos podía esperar de guardas y reclusos si estuviese en la cárcel de San Quintín. Luego se le ofreció convertirse en confidente a cambio de no sufrir más humillaciones de los guardas. Se le dijo que lo pensara.

Durante el siguiente recuento, el recluso #8612 dijo a los demás reclusos: "No podéis iros. No podéis dejarlo". Este mensaje fue realmente estremecedor y les hizo aumentar la sensación de que estaban encarcelados de verdad. El recluso #8612 empezó entonces a actuar como un "loco", a gritar, maldecir y a enfurecerse de tal manera que parecía que estuviese fuera de control. Aún pasó un poco más de tiempo antes de convencer a los investigadores de que realmente sufría y de que había que liberarlo.

Padres y amigos

Al día siguiente, se dispuso una hora de visita para los padres y amigos. Preocupaba que cuando los padres viesen el estado de la cárcel, insistieran en llevarse a sus hijos a casa. Para contrarrestar este efecto, se manipuló la situación y a los visitantes para que el ambiente de la cárcel pareciese agradable y saludable. Se lavó, afeitó y arregló a los reclusos, se les hizo limpiar y pulir las celdas, se les atiborró de comida, se puso música por el intercomunicador e, incluso, se utilizó a una antigua animadora deportiva de Stanford, la atractiva Susie Phillips, para dar la bienvenida a los visitantes en recepción.

Cuando los visitantes llegaron, aproximadamente una docena, entusiasmados ante lo que parecía una experiencia novedosa y divertida, se recondujo sistemáticamente su comportamiento, para controlar totalmente la situación. Tuvieron que registrarse y esperar media hora, les dijimos que sólo dos visitantes podían ver a cada recluso, y se limitó la visita a diez minutos, bajo la vigilancia de un guarda. Antes de que los padres pudiesen entrar en el área de visita, tuvieron que discutir el caso de su hijo con el alcaide. Naturalmente, los padres se quejaron de estas normas arbitrarias, pero hay que decir que las cumplieron. Y, de esta forma, participaron también en el drama carcelario, haciendo de buenos adultos de clase media.


Algunos padres se disgustaron al ver lo cansados y angustiados que estaban sus hijos. Sin embargo, su reacción fue la de actuar dentro del sistema, apelando de forma privada al superintendente para que mejorasen las condiciones de sus hijos. Cuando una madre dijo que nunca había visto a su hijo tan mal, se le respondió pasando la culpa de la situación a su hijo:

- ¿Qué le pasa a tu hijo? ¿No duerme bien?

Luego se le preguntó al padre:

- ¿No cree que su hijo pueda aguantar?

Se ofendió:

- Claro que puede; es un muchacho muy fuerte, un líder.

Se volvió hacia su mujer y le dijo:

- Vámonos cariño, ya hemos perdido bastante tiempo.

Y dijo:

- Nos volveremos a ver en la próxima visita.

Un plan para huída en masa

El siguiente suceso importante fue el rumor de un plan de huida en masa. Uno de los guardas oyó hablar a los reclusos acerca de una huida que se produciría inmediatamente después del horario de visitas. El rumor era el siguiente: el recluso #8612, al que había liberado la noche anterior, iba a reunir a un grupo de amigos y forzaría la entrada para liberar a los presos.

Los investigadores en vez de tomar nota de la forma en que había corrido el rumor y prepararse para observar la huida inminente (que es lo que hubiera ocurrido si hubieran sido psicólogos sociales experimentales), reaccionaron con preocupación por la seguridad de la cárcel. Lo que hiceron fue mantener una reunión estratégica con el alcaide, el superintendente y uno de los tenientes principales, Craig Haney, para planear cómo desbaratar la huida.

Pagar con la misma moneda

El rumor de que forzarían la entrada de la cárcel no pasó de ser un rumor. Nunca se materializó. Los investigadores se habían pasado todo un día preparados para frustrar la huida, implorando ayuda a la policía, trasladando a los reclusos, desmantelando gran parte de la cárcel -ni siquiera se recogió ningún dato aquel día-. ¿Cómo reaccionaron ante tal desastre? Con una frustración considerable y con un sentimiento de fracaso ante tanto esfuerzo para nada. Alguien tenía que pagar por ello.

Los guardas intensificaron de nuevo considerablemente el nivel de vejaciones, aumentando las humillaciones que hacían sufrir a los reclusos, obligándoles a realizar trabajos repetitivos y denigrantes como limpiar las tazas de los váteres con las manos desnudas. También les obligaron a hacer flexiones, saltos extendiendo brazos y piernas, cualquier cosa que se les ocurriese, y aumentaron el número y la duración de los recuentos.

Elemento kafkiano

A estas alturas del estudio, invité a un sacerdote católico, que había ejercido de capellán en una prisión, para evaluar hasta qué punto nuestra situación carcelaria era realista, y el resultado fue verdaderamente kafkiano. El capellán entrevistó individualmente a todos los reclusos y observé, con estupor, cómo la mitad de los reclusos se presentaban con el número en vez de con su nombre. El sacerdote, después de hablar sobre nada en concreto, les hacía la pregunta clave:

- Hijo, ¿qué haces para poder salir de aquí?

Cuando los reclusos respondían con perplejidad, les decía que la única manera de salir de la cárcel sería con la ayuda de un abogado. Después se ofrecía voluntario para avisar a sus padres en caso de que quisiesen obtener ayuda legal, y algunos de los reclusos aceptaron la oferta.

La visita del sacerdote desdibujó aún más la línea entre la asunción de un papel y la realidad. En la vida diaria, este hombre era un sacerdote de verdad, pero había aprendido tan bien a actuar en un papel programado y estereotipado -hablar de cierta manera, doblar las manos de una forma establecida-, que parecía más un cura de película que un cura auténtico, aumentando así la incertidumbre que todos sentían sobre dónde acababa nuestro papel y dónde empezaba su verdadera identidad.

#819

El único recluso que no quiso hablar con el sacerdote fue el #819, que se encontraba mal, se había negado a comer y quería ver a un médico antes que a un cura. Finalmente, se le convenció de que saliera de su celda y hablara con el cura y el superintendente para que se pudiera ver qué tipo de médico necesitaba. Mientras hablaba, tuvo una crisis nerviosa y empezó a llorar de forma histérica, igual que los dos chicos que se había liberado antes. Se le quitó la cadena del pie, el gorro de la cabeza y se le dijo que fuese a descansar en una habitación contigua al patio de la cárcel. Se le dijo que le daría comida y se le llevaría a que lo viese un médico.

Mientras tanto, uno de los guardas alineó a los demás reclusos y les hizo cantar: "El recluso #819 es un mal recluso. Por culpa del recluso #819, mi celda es un desastre, señor oficial de prisiones". Corearon esta frase al unísono una docena de veces.

En la habitación, el chico lloraba desconsoladamente mientras de fondo se oía a sus compañeros de cárcel gritando que era un mal recluso. El canto ya no era desorganizado y divertido como había sido el primer día. Ahora estaba marcado por una absoluta sumisión y conformidad, como si una sola voz dijese "el recluso #819 es malo".

Se le sugirió que se marchase, pero se negó. Mientras le caían las lágrimas, dijo que no podía irse porque los demás lo habían etiquetado como mal recluso. A pesar de encontrarse mal, quería regresar y demostrar que no era un mal recluso.

En aquel punto, se le dijo:

- Escucha, tú no eres el recluso #819. Tú eres [su nombre] y yo me llamo Dr. Zimbardo. Soy psicólogo y no superintendente de prisiones, y esto no es una cárcel real. Esto es sólo un experimento y aquellos chicos, como tú, son estudiantes y no reclusos. Vámonos.

Dejó de llorar de golpe, miró como un niño pequeño que acaba de despertar de una pesadilla y contestó:

- De acuerdo, vámonos.

Un final para el experimento

La quinta noche, algunos padres visitantes pidieron establecer contacto con un abogado para liberar a su hijo de la cárcel. ¡Explicaron que un sacerdote católico los había visitado para decirles que debían conseguir un abogado o defensor público si querían obtener la libertad bajo fianza de su hijo! Se llamó a un abogado, tal como solicitaron, y vino al día siguiente para entrevistar a los reclusos con una serie de preguntas estándar, aunque también sabía que sólo era un experimento.

Llegados a este punto, se vio claro que se debía acabar con el estudio. Se había creado una situación abrumadoramente poderosa, a la que los reclusos se iban abandonando, comportándose de manera patológica, y en la que algunos de los guardas se comportaban sádicamente. Incluso los guardas "buenos" se sentían impotentes para intervenir y ninguno de los guardas dimitió mientras el estudio se llevaba a cabo. En realidad, hay que destacar que ningún guarda llegó nunca tarde a su turno, ni se ausentó por enfermedad, salió antes de hora, o exigió una paga extra por trabajar más horas.

Se decidió terminar el estudio prematuramente por dos razones. En primer lugar, en las cintas de vídeo se había descubierto que los guardas habían intensificado las vejaciones a los reclusos durante la noche, cuando pensaban que los investigadores no miraban y que el experimento estaba "parado". El aburrimiento los había llevado a un abuso más pornográfico y denigrante de los reclusos.

En segundo lugar, Christina Maslach, una doctorada de Stanford traída para entrevistar a los guardas y reclusos, protestó enérgicamente cuando vio que a los reclusos se les hacía marchar en fila hacia el lavabo, con la cabeza dentro de bolsas, las piernas encadenadas y las manos los unos sobre los hombros de los otros. Escandalizada, exclamó: "¡Es terrible lo que les estáis haciendo a estos chicos!". De las cincuenta personas o más que habían visitado nuestra cárcel, ella fue la única que cuestionó su moralidad. No obstante, una vez se opuso a la situación, se hizo patente que se debía acabar con el estudio.

Y en consecuencia, después de sólo seis días, la simulación de encarcelamiento prevista para dos semanas, fue cancelada.

Concluído el 20 de agosto de 1971

El estudio acabó el 20 de agosto de 1971. Al día siguiente hubo un intento de huida en San Quintín. Los hechos transcurrieron así: los reclusos del Centro de Adaptación Máxima (Maximum Adjustment Center) fueron liberados de sus celdas por el cura de Soledad, George Jackson, que había introducido una pistola en la cárcel de forma ilegal. Varios guardas y algunos reclusos confidentes fueron torturados y asesinados durante el intento, pero la huida fracasó después de que su líder fuera presuntamente abatido a tiros cuando intentaba escalar los nueve metros del muro de la prisión.

No había pasado un mes cuando las cárceles volvieron a ser noticia al estallar un motín en la prisión de Attica, Nueva York. Tras semanas de negociaciones con reclusos que retenían a guardas como rehenes mientras exigían los derechos humanos básicos, el gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, ordenó a la Guardia nacional recuperar el control de la cárcel por la fuerza. Aquella desafortunada decisión ocasionó numerosos muertos y heridos entre guardas y reclusos.

Una de las peticiones fundamentales de los reclusos de Attica era que se les tratase como a seres humanos. Después de observar en la cárcel simulada durante sólo seis días, pudimos comprender cómo las cárceles deshumanizan a las personas, convirtiéndolas en objetos e inculcándoles sentimientos de desesperación. Y en cuanto a los guardas, nos dimos cuenta de como personas corrientes pueden transformarse fácilmente del buen Dr. Jekyll al malvado Mr. Hyde.

6 Personas humana han comentado:

Anónimo dijo...

No se que me impresiona más, si que ocurriese de esa forma aun siendo totalmente conscientes de qu solo era un experimento, o que ocurriese en tan solo 6 dias, al leerlo da la impresion de que pasaron 2 meses o más

Lobo dijo...

Too long, pero me lo he leído entero. Qué chungo, a saber qué pasará en las de verdad. T________T

Anónimo dijo...

Impresionante Dr. que experimento tan terrible. Aún no entiendo como esos estudiantes pudieron caer tan rapidamente en sus roles de presos y guardias.... No lo haria por 10 mil dólares; mucho menos por 15 dólares diarios.

Gott dijo...

joe que tocho, pero vamos, q yo me hubiera escapado como sam fisher

nonasushi dijo...

Que fuerte. Gran post y no se me ha hecho nada largo. Se me han puesto los pelos de punta. Aquí en la isla vivimos una cosa parecida, cuando estudiantes se ofrecieron a probar una medicina y les dio elefantiasis. Muy fuerte, nadie podía verlos, ni la familia, ni amigos...SE MONTO UNA QUE NO VEAS.
Saludos

Anónimo dijo...

Actualiza coño